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Paco Nadal presenta El Malcontento

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  • 22 ene 2011
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  • Foto: de Derecha a izquierda Paco Nadal y el cineasta Abner Benaim
     La combativa pluma del periodista Paco Gomez Nadal dió a la luz esta semana, formalmente, una copilación de su polémica columna de opinión, El Malcontento, que sale todos los martes en el diario La Prensa


    La Sala de usos multiples de la Biblioteca Nacional, en Ciudad de Panamá, fue abarrotada por un variado público, con personalidades del arte, periodistas, poetas y también activistas sociales que escucharon las memorables y como siempre mordaces palabras de Nadal.

    El Malcontento ya se encuentra a la venta en las principales librerías del país bajo el sello editorial Otra America.
     



    Palabras de Nadal en la presentación de su trabajo:

    Un lector me escribió hace unos meses:

     

    “Aunque entiendo la línea de sus artículos de opinión, el mal contento, me parece que su vida debe ser muy triste y apagada. Alguien que no vea o tenga nada positivo que compartir, debe tener una vida muy miserable”.

    Otro, tratando de abrir mis entumecidos ojos: “Te hace falta experimentar el verdadero amor de Dios ya que por lo visto el de tu mujer, familia o los fanáticos de tus escritos no te llenan y nunca te llenarán”.

    Uno más, tratando de ser proactivo, me indicaba: “Paquito, ¿por qué no te vas a tu querida España y criticas allá a Zapatero y nos dejas a nosotros los panameños manejar nuestros asuntos?”

    Mi madre, hace unos días, aprovechando el invierno europeo y mi presencia física, me arrinconó en la cocina para decirme en tono amoroso y sincero: “¿por qué no dejas de escribir esas cosas? ¿por qué no escribes una novela? Mira que esa gente un día te va a hacer daño. Hazlo por mi”. También me pidió que a partir de ahora, cada vez que escribiera El Malcontento pusiera una foto de ella delante y la mirara antes de elegir las 750 palabras que engordan cada uno de estos artículos.

    Y reconozco que a veces me pregunto lo mismo. ¿Qué hago? ¿Para qué meterme en estas veredas fangosas? Imagino que hay una parte de ego, ese fantasma salado y a veces caliente que nos atrapa a los periodistas y a otras divas públicas. Pero no puede ser solo eso. No debe serlo.

    En algunos talleres sobre periodismo he dicho que pude haber sido misionero como soy periodista, pero me decanté por lo segundo porque el sexo me parecía alimento para el alma –y para la piel- irrenunciable. Yo soy periodista porque creía que con mi trabajo podía cambiar el mundo, desfacer entuertos, como diría Don Quijote.

    La edad, y los golpes, me han enseñado que eso no es así. Que el mundo sigue girando, que las revelaciones de Wikileaks o aquellas más remotas del Watergate, o las de los desmanes de la Shell en Nigeria, o las verdades sobre la corrupción en Panamá o sobre las mentiras del poder en general sólo rasgan la epidermis de los que se saben dueños del balón. ¿Entonces? ¿Para qué seguir? ¿por qué?

    Imagino que porque hay que rasgarles esa epidermis todos los días, porque es una obligación ética que tenemos cada uno, un compromiso con el tiempo histórico que nos ha tocado vivir. O como le decía a mi hermano Heriberto hace unos días, porque alguien tiene que contarle a las generaciones futuras qué era lo que estaba pasando en nuestro tiempo.

    El Malcontento ha supuesto mucho para mi en los últimos casi 4 años. Antes de que La Prensa me ofreciera este espacio semanal había incursionado muy poco en el periodismo de opinión. Educado en la cultura periodística que rehuye la primera persona del singular, cuesta acostumbrarse a compartir la opinión propia, cuesta saber que la responsabilidad individual de todo periodista se agudiza porque con la opinión no hay parapeto, no hay paraguas, que proteja de las subjetividades ajenas, porque la propia es la que provoca.

    El Malcontento ha evolucionado conmigo, o involucionado, eso queda a juicio de los lectores. Cuando comencé a escribirlo tenía un conocimiento de Panamá más teórico que práctico, más urbano que rural, más político que social. Pero estos tres años y medio también han sido de cambios fundamentales en mi vida. No les voy a contar demasiados detalles íntimos (está Mónica acá y debo ser cuidadoso), pero sí les diré que ha sido tiempo de ponerme espejos a mi mismo, de tratar de parecerme un poco más a quien quisiera ser, de caminar por la geografía física y humana del país tratando de ser un poco más coherente.

    Ponerle rostro y alma al país cambia la forma de sentir y, por tanto, la forma de escribir. Y acá hoy aparecen mil almas de las que me han enseñado ejemplos de dignidad o de resistencia. Y es por ellos por lo que El Malcontento es cada día más ácido o incisivo, porque no hay tiempo para juegos florales, porque las urgencias de la gente deben convertirse en la rabia de los articulistas que, para bien o para mal, alguna capacidad de incidencia tenemos.

    Desde Fernando Berguido hasta mi madre me han reclamado en este tiempo que escriba de algo positivo, pero no hay tiempo. O, dicho de otra manera, los corifeos de las bondades abundan, los críticos de la realidad escasean. Y la realidad está dura para ese 60 o 70% del país que vive al margen del cuento de hadas.

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    Empecé hoy con algunas críticas duras de los lectores. Reconoceré que me han curtido la piel. Al principio no era agradable desayunarse cada martes con 10 o 20 comentarios en la web de La Prensa en que se me invitaba a irme del país o se me insultaba sin debatir las ideas que planteaba en los textos. Ahora, los digiero de otra manera, excepto cuando la cosa se sale de madre. Y se ha salido. Quizá el periodo más duro fue el posterior a la publicación del artículo La Sangre Mancha el alma, cuando mi correo se lleno de insultos de alto calibre, promesas de persecución e, incluso, amenazas de muerte. Poco después, sumado al artículo Super P-99 y la licencia para matar, pude sentir el hostigamiento del poder en carne propia. Claro, que una carne propia blanca y de clase media porque si tuviera otro color de piel y fuera pobre lo que habría sentido serían perdigones o toletazos.

    En otras ocasiones en las que ya supe lo que eran las amenazas o el hostigamiento directo opté por dar un paso al lado; no eran mis guerras, yo solo era un periodista contando lo que veía. Ahora, cuando he pasado al otro lado de la trinchera y me siento comprometido con muchas de las causas que comento en El Malcontento, no vislumbro la opción de la renuncia, sino que siento más bien la obligación de la persistencia. Como escuché en un documental hace un par de noches: hay que organizar la creatividad y multiplicar la rabia.

    Y porque igual que hay muchos que preferirían que yo estuviera lejos, hay muchos otros que me han demostrado el cariño y la comprensión, aunque no siempre compartan mis ideas o las críticas que planteo. De eso se trata opinar, confrontar visiones sin tener por qué estar de acuerdo. Gracias a El Malcontento, gané a una gran amiga como Baby, pude hacer que el nombre de Macario apareciera en un diario, recibo correos hermosos de lectores y lectoras que algún martes encontraron sentido en mis palabras, compruebo que en algunos colectivos del interior se utilizan los artículos, aunque sólo sea para retroalimentarse o animarse.

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    ¿Por qué publicar ahora este libro? Fundamentalmente para vencer la sensación de miedo que estaba instalándose en la sociedad. El miedo, como me decía un amigo filósofo, es el único patrimonio individual que tenemos. Nosotros decidimos cuánto y hasta cuándo lo tenemos. Seleccionar 84 columnas y ponerlas juntas es, también, una oportunidad de seguir el acontecer de Panamá desde abril de 2007, de esculcar este convulso tiempo de supuesto cambio y real retroceso.

    Este gobierno ha supuesto, desde mi opinión, un sinceramiento del sistema con el país. Es decir: ya no hay disimulo ni máscaras. Así es nuestra élite, así ve al país y así se ha beneficiado de él históricamente. Ahora nos toca también sincerarnos al resto. ¿En qué trinchera estamos? ¿En qué creemos? ¿Hasta dónde somos capaces de llegar? Quedan poco espacios mediáticos más o menos independientes para expresarlo, pero hay que aprovechar cada rendija, cada brecha, para seguir hablando y exigiendo nuestros derechos y la participación en los asuntos públicos.

    Los que tenemos la capacidad de producir mensajes y el acceso a los canales de difusión (como Mónica o Abner) tenemos una responsabilidad social más allá de nuestra carrera, nuestro nombre o nuestros miedos.

    No me voy a alargar más. Sólo me queda hacer un par de agradecimientos que no puedo dejar en el tintero. Ya lo mencioné, pero quiero agradecer a Fernando Berguido por aguantarme en La Prensa a pesar de que, estoy seguro, no coincide en muchos de mis planteamientos y de que, y de esto sí que estoy seguro, ha recibido muchas presiones para salir de mi; a la que yo considero mi familia panameña por aguantar los sustos y haber sido consistentes en la lealtad, a mi familia en España por soportar esta absurda distancia y estos dolores de cabeza; a Pilar por estas palabras y por todas las otras palabras con las que me cobija y me hace respirar; a Carlos por sus diseños y su eterna amistad; a Sofía por editar y por proponer siempre la otra mirada; a Ramón Ricardo por apoyar justo cuando hace falta; y, muy especialmente, a los pueblos de Panamá que me siguen enseñando en este extraño proceso que es vivir: las gentes de Jaqué, mis hermanos naso, kunas o ngäbes, los chiricanos que fueron los primeros en darme un pasaporte diferente al español, los valientes resistentes bocatoreños, los amigos del frente santeño antiminería, los líderes magisteriales de Aeve, Raisa Banfield y su terquedad positiva, los compañeros y compañeras de la imprescindible Asamblea Ciudadana, los resistentes urbanos de la ULIP… en fin, a todas y a todos los que están hoy acá… gracias por dejarme formar parte de esta historia y por ser ya parte de la mía.


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