Las máscaras pueblan los rostros del siglo XXI. Las personas las utilizamos con más facilidad ahora que tenemos internet para fingir que somos lo que no somos. En internet a las máscaras se les llama perfiles y suelen ser engañosos y premeditados. Pero los individuos somos inofensivos: tontos útiles de este teatro sin actores pero con guionistas conocidos. Las máscaras más peligrosas son las corporativas.
Las grandes empresas invierten un buen porcentaje de su presupuesto en mercadeo y en relaciones públicas para asegurar que sus máscaras funcionen bien. Cuanto más riesgosa –peligrosa para el resto– sea la actividad de la empresa más hay que invertir en imagen. Y como los corifeos de la publicidad conocen la sicología masiva saben que lo mejor es relacionar la imagen de una empresa con la bondad, con el cuidado del medioambiente o con la caridad (¡Que se lo pregunten a los limosneros de la Teletón!).
Panamá ya sabe lo que son las relaciones públicas engañosas, también conocidas como Responsabilidad Social Corporativa. Empresas autodenominadas como de comunicación (como, por ejemplo, Estratego) se dedican a camuflar, a construir máscaras que luego las publicitarias refuerzan y los expertos en ciencias sociales avalan. Que se lo pregunten si no a las decenas de “expertos en desarrollo comunitario” que contratan las empresas petroleras, mineras o agroindustriales cuando prevén conflictos sociales en las zonas en las que operan.
Ahora, de hecho, tenemos que, por ejemplo, también soportar anuncios por doquier que presentan a Minera Panamá como un gobierno corporativo del país: programas de becas escolares, comedores, plan de reforestación, desarrollo comunitario sostenible, etcétera. Si uno se creyera sus vallas o su sitio en internet pensaría que estos empresarios no quieren el cobre de las entrañas de la tierra, sino hacer el bien a la humanidad. ¡Menos mal que llegaron a salvar a este país!
Uno de los casos más cínicos de máscaras es el de AES Panamá (“10 años de desarrollo energético responsable”). La misma empresa sobre la que pesa ahora la sospecha de una pésima gestión de la represa de Bayano –que dejó sin casa y a la intemperie a cientos de familias durante las lluvias de la pasada semana–, es la que construye el proyecto hidroeléctrico de Chan 75 (o Changuinola I, porque a todo lo que huele mal se le cambia el nombre o la máscara). Durante años, AES ha sostenido un pulso violento con las comunidades afectadas por este megaproyecto que este Gobierno apoya con uñas y dientes. Ha fingido negociar, ha mentido sobre los supuestos acuerdos, ha ignorado las recomendaciones de Naciones Unidas o de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), ha comprado periodistas en Bocas del Toro, ha privatizado carreteras de penetración y tiene contratado a un escuadrón de la Policía Nacional para que nadie meta la nariz en su feudo. Pero, insisto, lleva “10 años de desarrollo energético responsable” en Panamá.
Ante los problemas de las inundaciones en la zona de Bayano, AES ha guardado silencio ya que parece que en estos casos la Responsabilidad Social Corporativa con la comunidad pasa a segundo plano. Esta semana, los estrategas de AES Panamá también deberán maquillar un poco más la realidad, ponerse sus mejores máscaras y enfrentar la visita de la CIDH que viene a comprobar la situación de violación de los derechos fundamentales de miles de panameños en el río Changuinola. Imagino que están relativamente tranquilos porque, además de su equipo de comunicación y relaciones públicas, AES cuenta con el inestimable trabajo gratuito del Gobierno en pleno. En noviembre, el Ejecutivo declaró el proyecto de utilidad pública y urgencia notoria para allanarle el camino, y se ha hecho el sordo, como lo hizo el gobierno anterior, ante las medidas cautelares dictaminadas en 2009 por la CIDH y que exigían la paralización de las obras hasta que los derechos de los habitantes ngäbes de la zona no estuvieran garantizados.
La máscara de AES funcionará a la perfección aunque espero que los enviados por la CIDH sepan ver detrás de la sobredosis de toxina botulínica que esta empresa se aplica cada vez que su perfil perverso asoma y, aunque sea de forma simbólica, se condene el proceder de estos genios del “desarrollo comunitario”. De paso, ya que los de la CIDH están por Panamá, podrían aprovechar para constatar el clima del viejo oeste en el que languidecen los derechos humanos. Tenemos poco que ofrecerles y mucho que esperar de ellos.
De Paco Nadal, tomado de La Prensa
De Paco Nadal, tomado de La Prensa
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